¿Quién es Jesucristo?
Primero y, ante todo, Jesucristo es el Hijo de Dios. En el Evangelio de Juan, capítulo 3, versículo 16, encontramos: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, más tenga vida eterna”. Este versículo no solo revela el inmenso amor de Dios por la humanidad, sino que también afirma la posición única de Jesús como Hijo unigénito. En otras palabras, Jesús no es solo un profeta o un maestro sabio; es singular en su naturaleza y en su relación con el Padre.
Además, consideremos el poderoso testimonio de Colosenses 2:9: “Porque en Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”. Este versículo es contundente en su declaración de que Jesús es completamente Dios. No es parcialmente divino ni una manifestación parcial de Dios; en Él habita toda la plenitud de la Deidad. Esta realidad transforma nuestra comprensión de Jesús al reconocerlo como una encarnación completa del Dios eterno y todopoderoso.
Por otro lado, Jesucristo es también el Salvador de la humanidad. Hechos 4:12 nos dice: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. Aquí, las Escrituras son claras: no hay otra fuente de salvación fuera de Jesucristo. Él es el puente que une a la humanidad con Dios, el camino, la verdad y la vida (Juan 14:6). A través de Su sacrificio en la cruz y Su resurrección, Jesús abrió la puerta de la salvación a todos los que creen en Él.
También debemos reconocer que Jesucristo es el Verbo hecho carne. En el prólogo del Evangelio de Juan, encontramos: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios… Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (Juan 1:1,14). Esta afirmación es crucial. Jesús es la Palabra eterna de Dios, que existía desde el principio y que se hizo carne para vivir entre nosotros. Él no solo habló las palabras de Dios; Él es la Palabra de Dios.
Finalmente, en Apocalipsis 1:8, Jesús mismo declara: “Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso”. Jesús toma sobre Sí mismo títulos y atributos que pertenecen solo a Dios, afirmando Su eternidad, omnipresencia y omnipotencia.
En conclusión, con la autoridad de la Palabra de Dios, proclamamos que Jesucristo es el Hijo de Dios, en quien habita la plenitud de la Deidad. Él es nuestro Salvador, el Verbo hecho carne, el Alfa y la Omega. No hay término medio ni compromiso en esta verdad. Como seguidores de Cristo, estamos llamados a predicar, enseñar y vivir esta verdad con confianza y fervor.
Que cada uno de nosotros salga a proclamar esta verdad al mundo, con la certeza absoluta de que Jesús es quien dijo ser, y que en Él encontramos amor, vida y salvación eterna. Amén.
Que Dios les bendiga.
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